¿Para qué tocamos los músicos?
Ideas e improvisaciones veraniegas sobre “para qué” tocamos un instrumento.
El caso de los estudiantes.
El otro día, caluroso día, como corresponde a los de esta estación en la que nos encontramos, fui a visitar al amigo y colega trompista Fermín Galduf al pueblo de Benaguasil, en la comarca del Camp de Túria, en el País Valencià. Después del “esmorzar” (almuerzo) reglamentario, (es una tradición especialmente respetada y amada por los músicos de esta zona de la península, tanto o más como el estudio) hablábamos de mil cosas cual banquete platónico (salvando, no me malinterprete el lector, las distancias geográficas y sobretodo intelectuales), cuando de repente surgió una pregunta y me dijo que por qué no escribía unas palabras para su blog, a cerca de una cuestión que me pareció muy interesante, a saber: ¿para qué tocamos?, es decir, cuál es la intencionalidad o el fin de nuestra actividad musical. Ya habíamos terminado el “esmorzar” y como en Grecia, era el momento o bien del baile y el jolgorio o bien del diálogo y el pensamiento.
El tema, aparentemente inocuo, inocente, contiene más profundidad y potencial de lo que podría parecer. La pregunta de Fermín, a mi entender, abre una ventana a una reflexión que seguramente muchos músicos no se han hecho nunca pero que sin embargo tiene una clara función higiénica, de toma de conciencia. Efectivamente, busca indagar en los impulsos del alma de cada cuál para descubrir si hay efectivamente hay alguna intencionalidad y cuál es. Pero yo diría que, y gracias a esa función higiénica, la pregunta del amigo de Benaguasil, busca incluso, en última instancia, encontrar, analizar y desactivar radicalmente – de raíz – algunas falsas creencias que nos hacen más o menos infelices, que esclavizan nuestra “acción musical” y nuestro camino, sea o no profesional y/o remunerado. Este es el punto. Sabido es por todos el gran placer que nos genera la actividad musical, pero no es menos conocido el, a veces, profundo sufrimiento que también puede generar en el músico. No me extenderé en este aspecto ya que todos tenemos ejemplos de sobra a nuestro alrededor.
En primer lugar me dejaré hablar (o escribir que viene a ser lo mismo) a cerca del caso de los estudiantes.
¿Por qué a veces los estudiantes sufren en su carrera? ¿No será que no saben “para qué” están tocando? ¿No será por una falta de consciencia acerca de quiénes son, dónde están, hacia dónde van, qué cualidades tienen, por qué, etc? ¿Está alineado su deseo mental y su deseo profundo? ¿Viven de acuerdo a sus cualidades?
El niño se acerca a la música generalmente con una gran curiosidad, alegría y espontaneidad. En el momento en que se convierte en “estudiante de música” sufre grandes limitaciones en su campo de acción ya que se le ha “impuesto” una hoja de ruta (supuestamente inteligente) y un destino: comienza el camino de la “domesticación musical” y se le muestra el faro (a veces inaccesible) al que aspirar. Las implicaciones desde el punto de vista de la “felicidad” natural del niño son imprevisibles y rebosan las pretensiones de este pequeño e insignificante texto veraniego, pero sin duda abre un campo de investigación interesantísimo en el cual nos preguntamos si no se les limita de esta manera su “esponteneidad”, su imaginación, su juego y su creatividad en pos de una supuesta “educación”. Lo dejamos ahí por el momento, volveré a ello más adelante.
Centrándonos ya en el caso del estudiante de música y salvo algunas excepciones, parece obvia la respuesta: éste toca PARA, un día, ganar una oposición (la palabra oposición implica la existencia de algo, un objeto, que puede ser el tribunal mismo, que se opone a ti, por tanto usaremos la palabra “audición”, por ser menos agresiva y más actual), superar una audición entonces, es decir, demostrar ante un jurado cualificado el dominio del instrumento y acceder así a un puesto de trabajo en una orquesta sinfónica, banda municipal, en un conservatorio etc. Ya tenemos una primera respuesta. Y nos lleva directamente al futuro. Lo hace para labrarse un “porvenir”. Y este porvenir será “feliz” o cuanto menos, generoso en ingresos y en vida. El estudiante no toca su instrumento (al menos en su vertiente estricta de estudio) para nada que tenga que ver con el ocio desinteresado y gozoso, sino que tiene que ver con el negocio, con la planificación y la hoja de ruta, con el tiempo y los objetivos, con el futuro, con el destino. (Nótese la construcción del vocablo porvenir, la preposición “por” y el verbo “venir”, es decir algo que nunca está aquí sino en el futuro, algo que siempre está “por-venir”). Esto provoca a menudo tensión.
Claro que el estudiante alguna vez toca para pasarlo bien, por el placer de compartir y por amistad, pero siempre en el horizonte, omnipresente e invisible, aunque real, se encuentra el por así decirlo “gran objetivo” que impregna su vida musical.
¿Provoca frustación? ¿Estás haciendo lo que debes?
Rilke contestaba en “cartas a un joven poeta” que solo si el aprendiz sentía que era tan importante la poesía como el aire que respiraba, que no podía vivir sin escribir versos y sentía una llamada profunda en su corazón que le dirigía a ello, solo entonces debía dedicarse a la poesía. Y solo alguien con un gran talento para ello puede sentir esa llamada.
Pues bien, algo así debería ser válido para los estudiantes de música. Debemos desmontar la idea según la cual uno consigue todo aquello que quiere, que pretende. Nada más lejos de la realidad. Solo hay que preguntar a los que más saben. Circula por ahí, y especialmente en los últimos tiempos la idea, para mí equivocada, de que podemos conseguir aquello que nos propongamos, aquello del “sueño americano”, tú eres dueño de tu destino, es, dicen en el colmo de la desfachatez, solo cuestión de desearlo profundamente y trabajar duro para ello. En mi opinión esto es una falacia. Una falacia y una fábrica de frustraciones varias, diarias. Digámoslo claro: no todos pueden dedicarse a la música clásica de manera profesional. Lo siento si decepciono a alguien pero esto es tan evidente como que no todos pueden ganar la medalla de oro de los 100 metros lisos en las Olimpiadas. O no todos pueden ser poetas. Hablemos claro: no todos somos iguales. Y la exigencia de este tipo de música es enorme. Necesitamos un talento específico. Venimos a este mundo con unas cualidades personales, diferentes, maravillosamente diferentes por otro lado. Pero somos, en tanto que personas, limitados. Quizá este sea uno de los grandes dogmas que tenemos que derribar: no todas las personas tienen buen oído. Es evidente. Ni sentido del ritmo. Y esto se puede ver especialmente en el ámbito del arte. No, no cualquiera puede ser Dante, Petrarca o Ausias March, Beethoven, Goya, Sorolla o Maurice Andre. El hecho de intentarlo una y otra vez solo provocará malestar.
Yo diría “haz lo que amas”. Y automáticamente te alinearás con tu camino.
Mira en tu interior, a ver si amas la música tanto como el joven poeta de Rilke amaba la poesía. Si es así, si tu deseo por ser músico profesional procede de una cualidad profunda, de una llamada de la misma música, y tus talentos naturales te favorecen, entonces adelante. Aquella frase inscrita en el frontispicio del bellísimo Templo a Apolo, en Delfos rezaba “conócete a ti mismo”. “Y conocerás el Universo” (apuntalaba Pitágoras). Busca un profesor inteligente que te hable claro, que te guíe bien. Conoce tus posibilidades. Sonríe y a por todas. Sé consciente de dónde estás. No deberías frustrarte si el proceso no es lo rápido que hubieras deseado. O si no vas consiguiendo aquello que soñabas. El resultado depende de tantos factores… Si alineas tu cuerpo, tu mente y tu alma para conseguirlo, tendrás un gran poder. Y felicidad. Sin agobios. Sin frustraciones. Alinéate con quien eres y sé gózalo. Ten paciencia. Disfruta del viaje.
El calor sigue dando fuerte en esta península del sur de Europa.
Enamórate de la música.
Elies Moncholí Cerveró
Cátedra de trompa del RCSMM
Trompa solista PluralEnsemble
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