La cotidianización de lo inconcebible en la relación entre maestros y alumnos de instrumento (III)

 

La actualidad

Hoy, en pleno siglo XXI, y observando el profundo nivel de precariedad de la educación musical tradicional, se torna imprescindible detenernos un instante y mirar.
Maestros y alumnos.
¿Mirar qué?

Los maestros
Mirar la extrema responsabilidad que tenemos los maestros en la evolución musical de nuestros alumnos. Y hacernos cargo de esa responsabilidad.
Mirar como muchos de nuestros movimientos indefectiblemente alejan a los alumnos de su profunda conexión con el hecho musical y los enfocan en cuestiones que nada tienen que ver con aquello que trajo a estos alumnos hasta nosotros: Fundamentalmente la aceptación vacía de los demás (comenzando por la aceptación del propio maestro) y la búsqueda de una perfección técnica carente de sentido.
Mirar nuestro propio alejamiento de nuestro deseo esencial de expresarnos como músicos. E iniciar un movimiento para recuperar paulatinamente esta conexión, para poder así brindarla a nuestros alumnos.
Mirar como utilizamos a nuestros alumnos para que nuestros colegas piensen bien de nosotros, lo cual pervierte el vínculo y pone a aquel al que tendríamos que nutrir como un objeto que utilizamos para que otros nos estime.
Mirar nuestras propias carencias en nuestra formación como docentes de música, fundamentalmente en lo relacionado con lo emocional. Y hacernos cargo de estas carencias. Mirar nuestro dolor, profundo. Musical y personal. Y, más allá de curarlo o no, no ponerlo en nuestro vínculo con nuestro alumno. Y no pedirle al alumno que nos lo calme.

Para los alumnos (siempre pensando en alumnos adultos)
Mirar la responsabilidad propia en la precariedad de la educación musical.
Y comprender que, sólo hay maestros que no cumplen con su función porque hay alumnos que aceptan maestros que no cumplen con su función.

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Final (al menos por ahora)

Hace poco, en la presentación de mi último libro, una querida colega dijo que mi libro era revolucionario. Me quedé pensando en este adjetivo que en un punto me gusta y en otro me atemoriza. Y pensando qué era lo que me gustaba y qué lo que me atemorizaba descubrí que lo que me atemoriza es que, en general, se liga el término “revolucionario” con la violencia. E intenté discernir.

Creo en la revolución, pero no en la violencia.
No porque tenga una idea negativa sobre la violencia en sí, de hecho en algunos casos es necesario ser violento. Sino porque la violencia, en mi criterio, atenta, en definitiva contra la verdadera revolución.

Porque la revolución verdadera, profunda y duradera necesita conciencia y firmeza.
La conciencia es imprescindible para comprender de qué manera yo contribuyo a armar el vínculo con el otro que, finalmente, me somete. Y para modificar aquello en lo que contribuyo. Y la firmeza para poner límite a aquel que me somete.
Y la violencia crónica no tiene ni consciencia ni firmeza.

Por eso, para el cambio posible (y el cambio no sólo es posible, sino también inevitable) se necesitará de alumnos que asuman su lugar de alumnos y simplemente (o, mejor dicho, complicadamente) digan “no” cada vez que el maestro no cumpla con su esencial función de ayudar.

Sin violencia, sin estruendos ni marchas de protesta.
En cada clase, en cada pequeño momento en el que el maestro quiera responsabilizarlos de aquello que es su responsabilidad. Simplemente “no”.
“No” y plantear el derecho a que el maestro cambie.
“No” e ir a hablar con aquellos que están sobre el maestro (si es que son alumnos de conservatorio) y que tienen la función de darle al alumno un maestro que lo ayude.
“No” y juntarse con otros alumnos para juntos, hablar con quienes tienen la función de darles maestros que los ayuden. Y elaborar notas, cartas y petitorios.
“No” y buscar otros maestros.

Todo esto mientras se hacen cargo de su propia responsabilidad y así, hacen que su maestro se haga cargo de la suya.
O buscan un maestro que se haga cargo.

Cuando esto ocurra los maestros que hoy no pueden asumir su rol deberán cambiar. Así, o crecerán o dejarán de tener alumnos.

Cuando esto ocurra, a los músicos lo inconcebible volverá a parecernos inconcebible. Y entonces ya no será cotidiano.