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La cotidianización de lo inconcebible en la relación entre maestros y alumnos de instrumento (II)

La cotidianización de lo inconcebible en la relación entre maestros y alumnos de instrumento (II)

CONTINUACIÓN

Lo inconcebible en la relación entre maestros y alumnos de instrumento

Hace un par de semanas me ocurrió algo que, con pequeñas diferencias, suele ocurrirme no menos de dos o tres veces por mes.
Una pianista de 32 años, que cursa su último año de conservatorio (en uno de los 4 o 5 conservatorios más importantes de Buenos Aires) me contactó por no sentirse bien con su actividad musical y, en su primera entrevista, me comentó, entre otras cuestiones, la siguiente escena:

“Soy alumna del último año de piano. En octubre del año pasado, cuando le consulté a mi maestro acerca de si él pensaba que yo debía presentarme o no a mi examen, él me dijo `La verdad es que este año no estudiaste como debías y además cada vez que te presentás a un examen aparece tu miedo que es algo que aún no pudiste corregir. Me parece mejor que no te presentes, no sólo porque vas a quedar mal vos sino porque me vas a hacer quedar mal a mí con los otros docentes ́”.

¿Les parece inconcebible?

Seguramente si son músicos y se encuentran, como yo, insertos hace años en nuestro ambiente musical, les parecerá menos inconcebible que los ejemplos anteriores y seguramente comenzarán a aparecer argumentos que nos lleven a pensar esta respuesta del maestro como relativamente “normal” o “esperable”.

Porque, como señalaba anteriormente, el problema de cotidianizar lo inconcebible es que terminamos aceptando como válido y verdadero aquello que es inconcebible que suceda. Y entonces vivimos en un mundo inconcebible.

Lo mismo le ocurre a la pianista que me contó esta escena. Por eso, cuando le pregunté qué había hecho cuando su maestro le dijo esto, me miró asombrada y me dijo “Nada. Decidí no dar el examen ¿qué otra cosa podía hacer?”.

Cuando el responsable responsabiliza

¿Cómo es posible que un maestro diga esto a una alumna y desde ninguno de los dos miembros de esta relación se plantee la pregunta acerca de cuál es la responsabilidad del maestro en aquello que él mismo dice que le falta a su alumna?
Quiero decir:

Si es verdad que la alumna no estudió de una manera acorde a su necesidad durante 7 u 8 meses ¿no es tarea del maestro indagar acerca de qué es lo que ocurre con esta alumna e intentar ayudarla?
¿O es posible pensar en pleno siglo XXI que un maestro de música sólo debe decir qué es lo que el alumno tiene que hacer y luego simplemente sentarse a esperar que esto suceda? ¿No debe el maestro tener diferentes herramientas para poder ayudar al alumno que tiene enfrente además de sólo indicar que el alumno tiene que hacer esto o no?

¿Es posible pensar que el maestro de instrumento sólo tiene que saber acerca del instrumento? ¿No tiene que tener además alguna noción para ayudar al alumno en relación con sus dudas en la carrera, dificultades para estudiar, desgano, desconexión con el hecho musical y tantísimas otras cuestiones que determinan el rendimiento y el disfrute del alumno y que sobrepasan en mucho el mero “usá esta u otra digitación o tocá más o menos forte”?
Y ni hablar del miedo escénico que suele ser tomado como un problema exclusivo del alumno a pesar de que ese maestro ha sido quizá durante años, maestro de ese alumno y que durante todo el vínculo no le ha acercado ni una herramienta verdaderamente válida acerca de qué hacer con ese temor.

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¿Es posible que los músicos aún sigamos imaginando que un maestro de instrumento sólo tiene que saber de instrumento y que no pueda ayudar casi de ninguna manera a la persona que está haciendo música a través de un instrumento?

Si es así, lo inconcebible nos ha tomado.

Cuando el que debería ser ayudado se siente culpable porque quien debería ayudarlo no lo ayuda

¿Qué ocurre con los alumnos de música? No me refiero aquí a los niños que estudian música y que también son víctimas del trato inconcebible (quizá allí habría que pensar qué ocurre con sus padres); no, me refiero a los alumnos adultos de edades mayores a 20 o 21 años y que muchas veces superan los 30, 40 o 50 años.

¿Qué ocurre con ellos? ¿Cómo han podido cotidianizar una situación en la que quien debe ayudarlo los culpa y como, en lugar de hacer valer su derecho a ser ayudados, terminan aceptando cabizbajos lo que se les dice?

Porque ¿no es obvio que si el alumno llega a octubre sin poder dar su examen el maestro ha contribuido con esta dificultad? Y más allá del examen ¿no es obvio que si el alumno no se encuentra cada vez más cerca de su conexión profunda con la música y de expresar lo que desea es porque el maestro contribuye con esta no expresión artística?

¿O se debe creer que el maestro sólo influye en lo que es bueno para el alumno y no influye en lo que no lo es?

Cuando los conservatorios no alcanzan a ver lo que es imposible no ver

¿Qué hacen los conservatorios ante esta situación?
En general (lógicamente siempre hay excepciones de extraordinario valor) miran, observan y avalan la situación.
Y trabajan para modificar cuestiones secundarias. Quizá importantes, sí. Pero secundarias. Dejando lo primero para nunca.
En psicología se llama “el cambio para no cambiar”.
Y entonces nuevamente lo inconcebible: ¿Por qué un alumno de música tiene que abonar una clase o consulta particular (conmigo o con otro profesional) para modificar aquello que su maestro debería ayudar a cambiar y que, en vez de ayudar a cambiar, fomenta?


CONTINUA LA PRÓXIMA SEMANA

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