A lo largo de mi trabajo con grupos de músicos en mis cursos dirigidos a trabajar la problemática del no disfrute en el momento de hacer música, he observado que una de las principales causas de esta problemática es lo que llamo “el olvido del músico interior”. En este sentido, llamo músico interior a aquella parte de nuestro ser que tiene la potencia de conmoverse profundamente con el hecho musical y que tiene el deseo y la necesidad de expresarse a través del hacer música.
Si nos retrotraemos a nuestros primeros contactos con la música, muy probablemente nos recordaremos a nosotros mismos experimentando esta “conmoción profunda” por un hecho musical determinado. Quizá en aquel momento observamos un músico en escena, escuchamos una grabación o tocamos por primera vez un instrumento y algo en nosotros (o “alguien”) supo simplemente que deseaba estar ahí, ser quien produjera ese sonido, de alguna manera ser ese sonido. Este “alguien”, este “pequeño ser interior”, este “Músico Interior” es quien, a través de su deseo, nos impulsó a ser músicos y es por él por quien decidimos iniciar nuestro estudio musical.
Sin embargo con el correr de los años y con el transitar por nuestra carrera musical muchas veces esta búsqueda de la “vivencia musical” va quedando relegada a un segundo plano. Es así como en muchas ocasiones por influencia del medio, por olvido propio, por intercambio de prioridades o simplemente por decisiones personales, otros elementos de nuestra actividad adquieren mayor importancia que el hecho musical en sí. De esta manera la búsqueda del éxito comienza a ocupar el centro de nuestra atención y a convertirse en un objetivo más importante que la expresión musical propiamente dicha.
En este sentido llamo éxito al reconocimiento externo sobre la actividad desarrollada. Este reconocimiento puede estar dado por un colega, un maestro, la familia o el universo musical en su totalidad. La búsqueda de este reconocimiento, es decir la búsqueda del éxito, muchas veces nos es enseñada desde el comienzo de nuestra actividad musical de manera “subliminal” y es aceptada por nosotros mismos cada vez que consideramos más importante la aceptación de nuestro maestro, la nota en el examen, o el aplauso del público, que la vivencia profunda de la obra que estamos interpretando. Lógicamente los “nombres” del éxito son varios y se modifican con el transcurrir de nuestra actividad. Así, este éxito se llama indistintamente una nota en el diario, un puesto de jerarquía, una retribución económica, la opinión favorable de algún maestro determinado, etc. En aquellos músicos que no experimentan disfrute en el momento de tocar, éste suele ser un punto de fundamental importancia ya que en muchas ocasiones este “no disfrute” es solo la punta del iceberg que esconde una pregunta mucho más profunda y esencial con respecto a la actividad musical: La pregunta acerca de “¿Para qué hacemos música?”.
En muchos músicos el “no disfrute” en el escenario habla de un cambio sutil e inconsciente, pero fundamental en relación al objetivo de su actividad musical. Así, el mismo músico que años antes comenzó su vida musical para satisfacer aquella necesidad de experimentar profundamente el hecho musical se encuentra años después llevando toda una “vida musical” con el objetivo de ser un “músico exitoso”. (…)